Gavión dormido

Primera Mención Concurso de Cuentos "MATEO BOOZ", 1989. Asociación Santafesina de Escritores. Jurado: Marta Rodil, Adrián Escudero, Oscar Agú.

Incluido en el libro de relatos “Astucias que por sutiles se aniquilan a sí mismas”

Estábamos sentados a la mesa. Había de todo. Uno medio tuerto que con el solo ojo me miraba. Después, gente de traje, de corbata, de vestido. La mesa era tan larga que yo no alcanzaba a ver a los demás. Sin embargo, imaginaba lo que decía un pelado o pensaba cómo lo escuchaban las más jóvenes. Era el casamiento más numeroso que yo haya tenido y esa concurrencia hacía a la diversidad, por eso no faltaron rengos, ni políglotas, ni mujeres vestidas de largo, ni hombres de camisa arremangada. Se casaba un primo mío, un primo que de tan lejano no recuerdo su nombre. Hizo la invitación a toda la familia y la familia de boca en boca se encargó de difundir el convite. Una prima que tengo me dijo se casa tal, estás invitado. Yo no puedo hacerle desaires a mi familia y a pesar de que cuando entré al salón no conocí a nadie, sentí que había cumplido. No discuto que por ser tan tradicionalista tengo mis problemas. Por ejemplo, cuando me acuerdo de tal pariente muerto veo la mueca de mis tíos más viejos y enseguida dejan de escucharme. En la mesa no conocía a nadie y los demás tampoco me conocían, así que por ese asunto no tuve problemas: entré a enumerar muertos y los otros me miraron con cara del que no le importa. Enseguida pensé que estos eran parientes de la novia, una chica flaca a la que le quedaba bien el vestido. Una señora que hablaba bastante tuvo curiosidad por mi filiación, algo así como: de quién es pariente, joven. ¿Yo?, del novio dije. Entonces sí que los demás se miraron. Después me enteré que esa mesa era de parientes del novio. Es que yo no sabía exactamente cómo venía a ser pariente de este muchacho. Lo cierto fue que el vino estaba delicioso y que tuve oportunidad de bailar el vals. Incluso me sacaron fotos. Dos fotos. La del vals y otra abrazado y riéndonos como locos con el novio. Me hubiera gustado verlas. Lo mío en cuestión de fotos es una perinola, a veces salgo tan bien que me da gusto mirarme a cada rato, pero en otras pienso que no soy yo o que hay algo en la fotografía que desfigura a la gente. Ahora la nota la dio la orquesta. En ningún momento pararon de tocar y yo por supuesto no paré de bailar. Menos aún cuando empezaron con el baile de la escoba y todos entraron a mezclarse formando parejas inverosímiles. Un pelado con una renga, un mozo con la madrina, un pibe con una abuela. Yo no largué a mi pareja y sé que eso molesta, más de uno vino a ponerme el dedo en el hombro para que soltara, pero a mí no me gusta quedarme bailando con la escoba, para nada. El baile se interrumpió con la torta. La cortaron el novio con la novia, los dos poniendo una mano sobre otra sobre un cuchillo largo, rodeados de parientes que aplaudían. Sirvieron sidra que también estaba deliciosa y después, cuando recomendó el baile, sin que nadie lo advirtiese, los novios se escaparon. Nos enteramos por una mujer mayor que empezó a decir a gritos se escaparon, se escaparon y unos cuantos chicos corrieron hasta la puerta para ver si quedaban rastros. El baile siguió, yo ya veía gente que tomaba sus abrigos, saludaban a los padres de los novios y se marchaban. A más de uno vi alcoholizado y palmeando al padrino desaforadamente. El padrino se reía. Yo también estaba un poco alegre, no borracho porque no acostumbro, sino con un cosquilleo y ganas de seguir bailando. La pista se achicaba ante cada familia que tomaba sus abrigos. Yo también pensé en irme, pero como la orquesta no paraba de tocar me quedé hasta que me echaran. Total, al otro día dormiría todo lo que quisiese. No me echaron pero apagaron la luz. Una pena, nunca voy a entender por qué se terminan las fiestas así. Más de uno se quejó y al final, todos nos fuimos por la misma puerta. Algunos invitaban a tomar café a sus casas, otros pedían si se los podía alcanzar, los demás se fueron caminando. Yo me quedé sentado frente al salón, reconociendo mi cansancio y mi sueño y recordando la fiesta. Qué bárbara, qué fiesta, a veces me dan ganas de ubicar al muchacho y pedirle que se case de nuevo.

Cuando desperté era mediodía. Me sacudí un poco el traje y volví a casa donde mamá me esperaba con un mate y más atrás, en el patio, debajo de la parra estaba mi prima, que cuando me vio no hizo más que reírse y preguntarme de dónde venía. ¿Cómo de dónde vengo? Fuiste al casamiento. Claro, le dije, y esta noche tenés otro, me dijo, se casa el primo tal. Otro casamiento, ahí nomás le dije a mi vieja que me preparara el traje, que esa noche tenía un casamiento. Me fui a dormir y a la noche salí para el salón. Llegué temprano, me ubiqué en la mesa que estaba más cerca de los mozos y esperé que la gente, contenta, fuera entrando. Venían una señoras con unos tapados que ni le cuento y unos señores de bigotes y algunas ancianas a las que sentaban entre varios y de vez en cuando les preguntaban si se sentían bien. Lo impresionante fue cuando llegaron los novios, una ovación. Los chicos corrieron a la puerta para ver a la novia y la novia se reía a más no poder acariciando las cabezas de los chicos y recibiendo los besos de otras muchachas y de señoras que le decían lo linda que estaba. Al muchacho se le acercaron hombres dándole la mano, hablándole a veces al oído y sonriendo con picardía. Y entre más y más saludos los novios se fueron acomodando en una mesa perpendicular a la nuestra. Yo miraba de lejos y cuando alguien vivaba a los novios, aplaudía. Después, se produjo un silencio propicio y se largaron los mozos a servir entre más aplausos. Al otro lado de la mesa tenía un matrimonio sin hijos que hablaba entre sí y al costado, una chica con el novio, discutiendo la fecha de su propio casamiento. Una señora reparaba por momentos en mí, quizá interesada por mi persona o tal vez interesada en la vida de todo el mundo, no hacía más que recabar datos. La comida era excelente. Palmitos, unos fiambres casi sin grasa, salsa golf. Yo me comí un plato y cuando el mozo me ofreció más dije que era suficiente. Sé que lo dije por vergüenza, en realidad no quería comerme todo en ese momento, tenía esperanzas en el segundo plato, que seguramente repetiría. Por nada del mundo me iba a perder el pollo relleno. Me dejaron una porción abundante, acompañada por una salsa que era una delicia y se veía que todos disfrutaban de la cena porque muy pocos decían palabras. Era un ruido de mandíbulas y cubiertos y una música suave que abría más el apetito. Sin pudores repetí el plato y eso, estoy seguro, ayudó a un gordo que estaba más allá a pedir su segunda porción. Yo lo miraba y el gordo me guiñaba un ojo diciéndome lo exquisito que estaba todo. Casi reviento, pero no me pude negar al postre. Si para algo soy débil es para los helados; terminé el helado y ya no quise saber nada. Una señora me dijo tiene buen diente ¿eh? Algunos prendieron cigarrillos y las mesas comenzaron a parecerse a pequeñas fogatas de gente totalmente agotada tirada sobre las sillas. Creo que eso demoró el baile, pero contribuyó a que las personas se conocieran. Yo simplemente me referí al casamiento de ayer. Conté lo mejor, el baile. Íntimamente sabía que preparaba el terreno para que los demás se animasen y de paso, para que alguna chica notase cómo me gusta bailar. Había una morocha que a cada palabra mía largaba una carcajada. Sé que suelo caer simpático en las fiestas, por eso me largo a hablar. No tengo miedo de decir lo que pienso y menos con unas copas de vino encima. El baile empezó con el vals y cuando terminó, la novia se fue cerca de donde estaba la torta y de espaldas tiró el ramo que agarró una chica bajita a la que los demás homenajearon palmeando a su novio. Después vino lo de la liga, entre flashes y risas, y más tarde, la cintita. El anillo, para sorpresa de todos, lo sacó una nena que no tendría más de tres años. La aplaudieron un montón. Y había algunas caras largas de esperanzas perdidas. Yo estaba tan lleno y me empezó a agarrar tal modorra que parte del baile me lo perdí por dormido. Cuando desperté todo había pasado. Un mozo me pidió que me retirase. Ya me sentía bien, despejado. Busqué un bar para tomar café. Usted se preguntará por qué no volví a casa. Y no sé, me gusta llegar tarde, me gusta que mi madre piense que soy un calavera, que soy de la noche y esas cosas. Terminé el café mientras amanecía y volví silbando tangos a mi casa. Mi mamá me esperaba con el mate y mi prima, muy lejos, en el patio pintándose las uñas me llamó a gritos. Tengo una sorpresa para vos, me dijo. Yo pensé lo mismo, otro casamiento. Esta prima siempre tiene invitaciones para mí, a veces un ágape, otras una inauguración o un velatorio. Y yo no puedo defraudarla, confía en mí para esas cosas. Me dio la dirección y yo empecé a sentir cansancio, así que le dije a mamá que me preparara la ropa, que esa noche tenía otra farra. Vos siempre de farra, me dijo, cuándo vas a parar en casa. Yo me reía.

Me despertó mi mamá dejándome la ropa al lado de la cama. Le aseguro que esa noche yo tenía un pintón de la madonna. Y no era para menos, se inauguraba el bar de un tío, que tampoco sé bien cómo venía a ser pariente, pero era a quien mi familia le debía algunos favores, según contaron después mi mamá y mi prima.

Llegué un poco tarde, apenas entré me pusieron un vaso de whisky en la mano. El whisky y esa conversación fuerte me cayeron como plomo. Estuve yendo y viniendo del baño a la mesa y no aguanté más. Que me perdone mi vieja, pensé, que crea que su hijo es un imbécil, yo me voy.

Las luces de casa estaban apagadas, señal de que ella se había acostado. Yo me sentía como si alguien me hubiese encendido un fósforo en el estómago y quise llamarla para que me hiciese un té. Me acerqué a la pieza y vi que estaba dirimiendo con mi prima, las dos desnudas y en la misma cama, con el frío que hacía. Las vi dormir tan bien que dije no, para qué, demasiado se preocupan. Esa noche, después de tanto tiempo, me acosté temprano pero con la certeza de que mi prima, al otro día, me tendría reservada otra sorpresa.

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