A.B.L.O. y General Urquiza 

Primera Mención en el 1er. Concurso Literario “Alfonsina Storni”, organizado en 1984, por la Revista Participación de Rosario. Jurado: Angélica Gorodischer, Alberto Campazas, Eduardo D’anna y Adrián Sanchez.

Incluido en el libro de relatos “Astucias que por sutiles se aniquilan a sí mismas”

Fue publicado por Rosario/12, en su edición del 26-07-1991, con el título “Este asiento es mío”.

El espejo me dio el último toque y salí presuroso. El reloj jadeaba conmigo. Pensamos que no llegábamos a horario. Nos equivocamos.

En la terminal me esperaba, con ansiedad sin uñas, mi pareja. Íbamos para su casa; dos horas de viaje, soportables en buena compañía.

Después de extorsionar al guardavalijas, subimos a nuestro auto-transporte. En ese instante tuve una sensación de estrella pudorosa. Unas viejas nos miraron todo. El de bigotes, sentado en el 6P, bajó su diario y no disimuló su interés en mi atractiva acompañante, que viboreó con vedetismo de plumas su seductora cadera.

Y la sensación se repitió puntual. Primer acto: -No. Este asiento es mío.–No, que yo lo saqué primero. Un problema de física aplicada al que los veteranos pasajeros no hemos encontrado una solución fáctica. Es elemental: la superficie de dos culos adultos nunca es igual a la de un asiento normal. Segundo acto: -Calentitos, crocantes, directos de fábrica para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama, dos por poco, tres por menos... Flotaba la última oferta rosarina cuando nos pusimos en marcha; la tragedia no se hizo esperar, allí estaba. Un verdadero sheriff, que llevaba una estrella cuadrada que lo identificaba: González M.; A.B.L.O. y Gral. Urquiza.

-¿A dónde viajan?, interrogó, apuntándome con su arma económica. Comencé a temblar, le tomé la mano a mi compañera, sentí que tenía un sudor antártico.

-¿A dónde viajan?, ya intranquilo.

-A... Laspa..., a Las Parejas, digo.

-¿Qué el pasa, se siente mal?

--No, tengo miego.

-¿Miedo?

-Sí, yo le doy la guita, pero por favor, ¡no tire!

-¿Tirar? ¿Con qué?

-Con eso, y señalé el arma económica.

El guardia puso cara de padre en el día del padre y, con sonrisa del que otorga algo, atentó contra mi presupuesto:

-Son solo 200 palos, pibe.

No me hice esperar, y pagué. No fui el único, todo el pasaje fue esquilmado a punta de pistola. Lo curioso fue que nadie protestó. Temor quizás.

Superado el traspié comercial, centré mi preocupación en la erección que me produjo ese cabalgar de amortiguadores. Me sorprendió, para qué negarlo, la rubia teñida del 8P que observaba con minuciosidad el montecito allende a la bretina. Tendría experiencia.

Ya en el cruce de Roldán aumentó vertiginosamente el índice de contaminación ambiental. Miradas inquisidoras y represivas cruzaron saltarinas de asiento en asiento. Era la sumatoria de olores contrastables: humo de cigarrillo, jugo axilar, expresiones intestinales respetuosas de silencio y el toque de distinción instituido por la morocha del 16V que, con cierta satisfacción, había desalojado de su estómago el alimento reciente.

Era el Apocalipsis, había que olvidar, abstraerse, dormir, bah. Pero, de qué manera. Acababa de copar nuestra nave una patota de adolescentes de Carcarañá dispuestos a todo. El pasaje se puso tenso. Después de ser asaltados por el pistolero, los vándalos, entre carcajadas de chicos malos, se instalaron en el fondo. Mientras las viejas miratodo discutían torturas o años de prisión, el de bigotes, con su detalle en U invertida, seguía leyendo a mi novia. Los muchachos arrojaron un extenso vocabulario no apto para iglesias radicalizadas, fantaseando la gloria esquiva. Fue una contribución altruista a la incomodidad reinante, matizada con bromas a un gordito amanerado. A partir de Cañada de Gómez, interpelé al asaltante González M., que apuntaba al pasaje, esta vez con su dedo índice, buscando un evasor.

-¿Usted cree que este viaje puede continuar?

-Y yo qué sé, preguntale al conductor.

El conductor había perdido la línea (de la ruta). Sus ojos, en el espejo, se acunaban entre los senos de una star sentada en primera plana. Me costó disuadirlo. Cuando reaccionó, me miró como al amante de su esposa, replicando:

-¡Qué querés que le haga, loco!

Le reproché que el viaje era una mierda, tanto o igual a los anteriores. Muy ufano, respondió que era lo normal y que si tenía historias que me quejara a A.B.L.O. Con mi doctoral tono del que se cree docto, insistí intentando la burla.

-A.B.L.O. no existe. Es una persona, pero jurídica. Es decir no visible, mientras pensaba, ¿entendés animal?

-¡Entonces hablá con el General Urquiza! – replicó ágil, entre la explosivas risas de los primeros pasajeros, que no perdían detalles.

El animal, es decir, el conductor, tal como lo había hecho el sheriff, sucumbió mi mente convidándome a recordar como “dialogaban” los generales años atrás. Le solicité que detuviera el coche. Obedeció sin preguntas.

Mi compañera, después de un bostezo antropófago, bajó conmigo.

Caminamos, hasta que arribamos a su casa.

 

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