Una imaginación que no alcanza


 

Seleccionado en el Ciclo de Teatro Semimontado. Teatro Nacional Cervantes (Bs. As.). 1990. Jurado: Roberto Cossa, Mauricio Kartun, Sergio Renán, Eduardo Rovner, Ricardo Halac.

Representado con Dirección de Enrique Dacal en el Teatro General San Martín de Capital Federal. Mayo 1992.

Ver comentario de la puesta - Nota en teatrodelpueblo.org

Representado en la campaña “Vaya al Teatro”, organizada por la Asociación Argentina de Actores, con dirección de Aldo Pricco. Sala de la Cooperacion, Rosario. Octubre de 1993. Ver comentario de la puesta

 


Obra en un acto

Personajes:

A

B

 

En un banco de plaza, dos hombres sentados; tienen cuarenta años cada uno y visten ropas corrientes. Como fondo, un decorado demasiado evidente de plaza hecho con papel pintado. Los hombres miran hacia lados opuestos y permanecerán unos segundos sin hablar. Se oyen trinos y "ruidos" de chicos jugando. Ambos sonidos se oyen en momentos diferentes. Primero los trinos, después los chicos y así un par de veces. Los hombres están absortos, pero uno de ellos, cada tanto, hace ademanes con las manos, como si mantuviese una discusión que no expresa. El otro hombre (A) se arrellana mirando el entorno con cierta curiosidad. Se oyen automóviles lejanos. Por algún mecanismo titeril que desconozco, se simula que una paloma aterriza, camina unos pasos, come algo. Hace lo que cualquier paloma en una plaza. El que miraba con curiosidad, observa ahora a su compañero de asiento, se divierte unos instantes viéndolo discutir consigo mismo hasta que le toca el hombro. El otro se vuelve sobresaltado.

B: Alterado. Y a mí qué me importa.

A: Con la mano apoyada todavía en el hombro. Disculpe...

B: Como regresando de un sueño. ¿Eh?, ah, no, no es nada.

A: Parecía una discusión importante.

B: Avergonzado. No, es que, uno a veces se pone a pensar y.

A: Animado. Usted iba ganando.

B: Más avergonzado. No, lo que pasa es que imaginaba...

A: Siga si quiere, a mí no me molesta. Es más, me gusta ver cuando la gente discute de esa manera. Quiere decir que tiene problemas y que en ese momento está pensando en cómo solucionarlos.

B: Sí, claro, pero es nada más que imaginación. Sigue avergonzado. A veces en la realidad... quiero decir que uno piensa mucho tiempo en qué decir, pero al final no lo dice.

A: Usted lo estaba haciendo muy bien, parecía defender un derecho. No sé, la expresión de su cara, la manera en que se dio vuelta y me dijo a mí qué me importa, le aseguro que me asustó. Pensé que evidentemente a usted no le importaba. Me sentí sin ningún derecho. Me dije: y no, no le importa. Cómo si todo lo que la otra persona le dijera no tuviera ningún valor.

B: ¿Le parece?

A: Claro, usted estaba tan convencido que hasta dudé de haberle tocado el hombro.

B: Humilde. No quise molestarlo.

A: No, por supuesto, fue la sensación de un segundo, después me di cuenta que no era para mí, aunque le aseguro que no hubiera querido estar del otro lado.

B: Reflexivo. A lo mejor estuve un poco duro...

A: Si a usted no le importaba, no le importaba, no me dé más explicaciones.

B: No, lo único que quiero decirle es que uno imagina, inventa la situación con todo los detalles y si realmente está convencido que tiene las de ganar, supone que la otra persona reaccionará de tal o cual manera. Por eso le decía que en realidad las cosas no se dan así. Yo imaginaba que mi cuñado tenía puesta una musculosa y es muy raro que la use. Imaginaba que discutíamos en el living de su casa y él ya no tiene más ese living porque puso un kiosco.

A: Pero usted tenía razón, de eso no caben dudas.

B: No sé si tenía razón. En realidad, pensaba en una conversación que mantuvimos hace mucho tiempo, y en las cosas que tendría que haberle dicho. Por eso le digo que ahora...

A: Que ahora qué.

B: Lamentándose. No vale la pena.

A: Cómo que no vale la pena.

B: Es que pasó tanto tiempo.

A: Como cuánto.

B: Unos diez años.

A: ¡Diez años!

B: ¿Se da cuenta?

En ese momento pasa gente representada por cartones pintados como tales y llevados por personas, lo cual es muy evidente para el público.

A: De lo que me doy cuenta es que usted no se quedó tranquilo.

B: Alterado. Y cómo me voy a quedar tranquilo.

A: Pero hizo bien en decírselo.

B: No, no, usted no entendió nada. Esto que imaginaba no sucedió, ni va a suceder. Yo pensaba en lo que tendría que haberle dicho, ¿se da cuenta?, pero no lo dije.

A: Pero recién…

B: Imaginación, pura imaginación.

A: Sin embargo.

B: Sin embargo, qué.

A: Yo le puedo asegurar que lo vi a usted muy bien, muy claro, muy preciso, inconmovible, diciéndole a ese hombre lo que se merecía.

B: Déjese de joder.

A: Usted no puede dudar de mí, yo lo estaba viendo.

B: Desacreditándolo. No me embrome, encima que no se lo dije.

A: No. Yo lo veía. Su cuñado estaba cómodamente sentado en el sillón. Adoptando una pose. Y usted estaba de pie. Póngase de pie, vamos. Es un minuto nada más, le explico y listo. B se pone de pie nada convencido.

A: En la misma pose. Su cuñado sentado ¿no?, fumando. Su cuñado fuma, ¿verdad?

B: Encogiéndose de hombros. A veces.

A: No importa. Su cuñado muy ufano, como esos tipos a los que nos les importa nada.

B: Sí.

A: Representa. Y sabés qué, Emilio, acá vamos a poner el kiosco.

B: Mira hacia ambos lados, avergonzado. Oiga que…

A: Déle, déle. Con el tono de antes. Qué querés que haga yo, que me muera de hambre. Yo tengo familia sabés.

B: Sí, pero.

A: Sí, pero nada viejo, es la única que me queda. Y vos sabés muy bien que tengo que poner los sillones en otro lado, qué te puede molestar que mande a tu mamá a vivir unos días a tu casa. Es por un tiempito nada más. Después, con el dinero que me deje el kiosco, hacemos una piecita en el fondo y traemos de nuevo a la vieja para acá. Además vos vivís solo. Transición. ¿Y? Qué me dice, contésteme algo.

B: Sorprendido y en tono confidencial. El trato era otro.

A: Conciliador. Sí, ya sé que el trato era otro, pero vos sabés muy bien que yo no puedo volver a trabajar. Ya no me toman en ningún lado, así que.

B: Sabés que me estoy por casar, yo tampoco tengo lugar.

A: Ya te dije que es por un tiempito nomás. Los kioscos andan bien ¿no? En unos meses hacemos la piecita y traemos a tu mamá para acá. Estuviste tanto tiempo de novio... podés esperar unos meses más.

B: No, yo no puedo, tengo todo comprado y mi novia ya no me espera.

A: ¿Cuándo te casás?

B: Dentro de dos meses.

A: Justo, en dos meses voy a tener la plata.

B: Y si no la tenés, yo qué hago.

A: Vos quedate tranquilo que…

B: Imitándolo. Vos quedate tranquilo. Lo mismo me dijiste cuando le llevé el auto al chapista. Representando. Quedate tranquilo, es un amigo. Resulta que el amigo vendió el auto y todavía lo estoy buscando.

A: Poniéndose de pie. Decime, ¿vos querés que tu hermana se muera de hambre, que tus sobrinos salgan a pedir por la calle?

B: No, lo que yo quiero es que no me cargues con el fardo a mí.

A: ¡Ah! No sabía que tu vieja era un fardo.

B: Yo no dije eso.

A: ¿A no? Esperá que la llamo.

B: Desesperado. No, pará.

A camina nervioso dirigiéndose hasta una planta de cartón que omití al principio.

B: Pará, no la metas a la vieja en esto.

A: Invitando al árbol. Venga señora, venga. A que usted no sabe lo que piensa su hijo.

B: Acercándose al árbol. No mamá, yo no dije eso, lo que quise decir fue que no quiero que me carguen con responsabilidades que no son mías. Sabés qué pasa, que este Señalando a A. es un vago, por eso lo echaron de su trabajo. Ahora quiere perjudicarme.

A: Pedante. Usted lo crió, le dio de comer, lo cuidó cuando estaba enfermo y fíjese ahora, un fardo.

B: Mamá, vos sabés que te quiero mucho.

Vuelve a pasar gente de cartón. Los dos esperan que pasen para continuar.

A: Sí, mucho abracito, mucho que yo te quiero, pero por detrás, un fardo.

B: Hablándole al árbol. Yo te voy a explicar. Hace unos años quedamos en que vos te venías a vivir acá, que ellos cobraban tu jubilación y yo les pasaba la otra parte. Ellos insistieron en que vendiéramos la casa grande y con ese dinero compráramos esta y un departamento para mí. Vos sabés que yo me quiero casar...

A: Excusas señora. Qué le vamos a hacer, es la ley de la vida. Yo sé que mis hijos algún día...

B: Pero terminala con eso.

A: Cómo la voy a terminar. No te das cuenta de que me querés ver arruinado.

B: No es eso, por mí progresá todo lo que quieras, pero…

A: Vaaaamos, yo sé muy bien que te gusta estar por encima nuestro. Y claro, cuando uno quiere asomar un poco la cabeza, vos te venís con el hacha.

B: Dirigiéndose al árbol. No, mamá...

A: Hacéte el buenito ahora. Dále.

B: Dirigiéndose a A. Está bien, Ernesto, lo seguimos otro día.

A: Yo no me llamo Ernesto.

B: Cómo que no te llamás Ernesto.

A: Ofuscado. Vos qué te crees.

B: Conciliador. En otro momento, más tranquilos lo charlamos, Ernesto.

A: Terminante. Ya te dije que no me llamo Ernesto.

B: Pero cómo, ¿vos no sos Ernesto, mi cuñado?

A: Y claro que no soy Ernesto.

B: Entonces...

A: Regresa al banco. Entonces qué.

B: Confundido. ¿Quién sos?

A: Sentándose. Un tipo que conociste esta mañana en la plaza.

B: Mira el árbol. ¿Y esta no es mi mamá?

A: No, es un árbol.

B: Decepcionado. ¿Y el kiosco?

A: ¿Qué kiosco?

B: ¿No ibas a poner un kiosco vos?

A: ¿Yo un kiosco?

B: Regresando al banco y rascándose la cabeza. No entiendo.

A: Cortante. Señor, todas las mañanas vengo a esta plaza a tomar aire. Me gusta ver a los pájaros… Se oyen los trinos y si puede, vuelve a pasar la paloma. ver jugar a los niños… Se oyen los niños.  los coches que pasan… Ruido de coches que pasan. A veces traigo el diario pero ni lo leo.

B: Sentándose. ¿Y el kiosco? ¿Y mi mamá? ¿Y mi novia? ¿Y mi departamento?

A: Encogiéndose de hombros. No sé.

B: Implorante. Cómo que no sabés.

A: Con asombro. No sé. Vine a esta plaza, me encontré con usted, intenté una conversación. Abre las manos. Eso es todo.

B: Vos no te diste cuenta que arruinaste mi vida.

A: Cómo puedo arruinarle la vida si recién lo conozco.

B: ¿Así que recién me conocés?

A: Sigue asombrado. Y claro que recién lo conozco.

B: No era que dos meses Emilio, dos meses nada más. Fueron diez años Ernesto. Fundiste el kiosco, mi novia no se quiso casar, mamá enfermó y tuve que costear todo, vendí el departamento y ahora no me conocés.

A: Con una mano en el pecho. Usted me confunde.

B: Ofuscado. Qué te voy a confundir.

A: Le repito, debe hacer media hora que nos conocemos, lo único que hice fue dialogar con usted.

B: ¿Dialogar?

A: Dialogar, charlar. Es muy común que cuando dos personas se encuentran en el banco de una plaza dialoguen. Yo tuve grandes conversaciones acá, hace poco se sentó un poeta.

B: ¿Un poeta?

A: Claro, escribía versos y todo.

B: ¿Versos?

A: Acá mismo escribió uno.

B: ¿Y mi hermana?

A: ¿Su hermana también escribe?

B: Golpeándose con un puño una pierna. Por qué no hizo nada.

A: Encogiéndose de hombros. No le gustará escribir, no a todo el mundo le interesa lo mismo.

B: Pero mi hermana me quería.

A: No es suficiente, también es necesario el intelecto, eso al menos dijo el poeta.

B: Si usted la hubiese conocido...

A: Encogiéndose de hombros. Qué se yo.

B: Era hermosa, seguro que la hubiera pretendido.

A se encoge otra vez de hombros.

B: Y se hubiera casado con ella.

A: Por qué no.

B: Y hoy sería mi cuñado.

A: Lógicamente.

B: Pero ella era hermosa.

A: No me diga.

B: Sí, tenía rasgos muy finos, unas manos de pianista, como si sacara música de todo lo que tocase.

A: ¿Música?

B: Entusiasmado. Sí, tenía un carácter celestial, lograba que los hombres cayeran a sus pies. Imagínese que alguien lo tocase convirtiéndolo en una melodía.

A: Debe ser interesante.

B: Claro que lo es. Y le voy a confesar algo.

A: Lo escucho.

B: Ella está interesada en usted.

A: ¿En mí?

B: Desde que lo vio.

A: Conmovido. Bueno... sé de mi atractivo, pero… en cuestiones de amor siempre fui algo torpe, y mejor no le cuento de mis fracasos.

B: Entusiasmado. No me diga nada, ella quiere conocerlo.

A: Intranquilo. ¿A mí?

B: A usted claro.

A: No, no déjelo así.

B: Ella insiste.

A: Por favor, póngale cualquier excusa. Vengo de un desengaño, no me gustaría que me volviese a ocurrir.

B: ¿Pone en duda a mi hermana?

A: Por favor.

B: Debe suponer que mi hermana juega con los hombres.

A: No, no es eso, sucede que todavía no me he recuperado y.

B: Mirando para atrás. Ella está aquí.

A: ¿Aquí?

B: Es su oportunidad.

A: Nervioso, arreglándose la ropa y el pelo. Espere, espere.

B: Tomando del brazo a A. ¿Está listo?

A: Lustrándose los zapatos con las manos. Espere.

B: Venga. A es conducido hacia el árbol.

B: Presentándolos. Mi hermana. El hombre del que te hablé.

A: Nervioso, tartamudea. Mucho gusto... Dirigiéndose a B. Se parece mucho a su madre.

B: Dirigiéndose a A. ¿Y? ¿Qué tal?

A: Ambos dan la espalda al árbol. A pasa su brazo sobre el hombro de B y sonriendo regresan al asiento. Es mucho más de lo que esperaba.

B: ¿Quiere casarse con ella?

A: Pensándolo. Es muy prematuro, no sé qué dirá ella.

B: Ayer me confesó que era lo único que quería.

A: Dígale que sí entonces.

B: Eufórico. Sabía que usted era un hombre razonable.

A: Sí, somos muy felices. Y le voy a confesar algo: Ella está embarazada.

B: Quiere decir que voy a ser tío.

A: ¡Claro! Y a propósito, ahora que vamos a ser tres, estuvimos pensando...con tu hermana, claro, que vamos a necesitar más espacio. Vos vivís con tu mamá en una casa bastante amplia. Podríamos vender esa casa y con ese dinero comprar una más chica para nosotros y un departamento para vos. Ella vivirá con nosotros, claro.

B: Confundido. Habría que pensarlo un poco.

A: Es que queda poco tiempo.

B: ¿Poco tiempo?

A: Mirando su reloj. Casi las doce, hora de almorzar.

B: Y su trabajo, cómo anda su trabajo.

A: Ayer me despidieron. No sé qué voy a hacer. Estuvimos pensando, con tu hermana, claro, que podríamos poner un kiosco. Haríamos un lugar en el living. B se queda perplejo y piensa unos segundos haciendo cuentas con los dedos.

B: Las doce, dijo.

A: Serían nada más que dos meses.

B: Frotándose el vientre. Con razón tenía hambre. A veces, charlando, el tiempo se pasa y uno no toma conciencia...

A: Necesito tu repuesta.

B: Lo mismo pasa cuando uno imagina. Es una cuestión de relatividad. También en los sueños. ¿Vio que en los sueños a uno le parece que el tiempo es corto o largo y sin embargo es el mismo?

A: Algo decepcionado. Es cierto.

B: Usted me había hablado de un desengaño amoroso.

A: ¿Yo?

B: Sí, hace un rato.

A: Yo estoy perfectamente casado, tengo dos hijos, un kiosco.

B: Y no era que lo había engañado.

A: No. Hace diez años conocí a un hombre en una plaza, y ese hombre me presentó a su hermana. Me casé con ella, tuve dos hijos, después me echaron del trabajo, quise poner un kiosco y él se negó.

B: ¿Se negó?

A: Sí, se negó. Y yo caí en la miseria.

B: Y cómo hizo para negarse.

A: Lo recuerdo como si fuera hoy. Discutíamos en el living de mi casa, yo le explicaba los pormenores del asunto y a él no le interesó. Se fue dando un portazo y diciendo “y a mí qué me importa”, dejándome sin posibilidades. Si usted lo viera ahora, él tan feliz y yo tan desgraciado.

B: ¿Hay personas así?

A: Claro que las hay, si no, yo no estaría aquí, estaría atendiendo mi kiosco.

B: Y por qué no lo hace.

A: Qué cosa.

B: Atender su kiosco.

A: ¿No le acabo de decir que no tengo ningún kiosco?

B: Pensé que lo había puesto y que el desgraciado era él.

A: Nada de eso, ni siquiera pude casarme.

B: Pensé que.

A: Nada.

B: Sabía que la vida se modificaba, pero así, tan repentinamente...

A: Claro que se modifica, al vida corre cambiándose, mírela, ahí va. Señalando a un costado.

B: ¿Dónde?

A: Hacia el lugar donde apunta. Ahí, véala correr desnuda.

B: ¿Desnuda?

A: ¿Pero no la ve?

B: Dudando. Sí, claro, podría vestirse ¿no?

A: Volviéndose. La muerte está vestida.

B: ¿La muerte?

A: La muerte es como la vida, pero vestida.

Ahora los dos miran hacia donde corre la vida.

B: Se resfriará.

A: Y qué quiere, que se muera vistiéndose.

B: No. Yo.

A: Lo intuí cuando se sentó a mi lado.

B: Negando con los dedos. Yo no…

A: Su crueldad es indudable. Primero su cuñado, después yo, ahora la vida.

B: Yo vine a tomar aire. Lo único que hice fue pensar un poquito y.

A: Y nada. Las cosas están muy claras. Usted vino a matarme.

B: ¿Yo?

A: Es evidente.

A se toma del cuello, como ahorcándose.

B: Pero qué hace.

A presiona más fuerte sobre su cuello y mirando a B cae al piso. B, conmovido, camina desesperado de un lado al otro tomándose la cabeza, luego se detiene, mira por unos instantes el cuerpo de A tendido, levanta la cabeza, voltea hacia el público, se encoje de hombros.

B: Y a mí qué me importa. Sale.

Vuelven a escucharse los sonidos de chicos jugando, pájaros y coches...

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